Se le atribuye a George Orwell (1) esa frase que dice:
“En una época de engaño universal, decir la verdad constituye un acto revolucionario”.
Parece que el engaño nació con el mundo, pues esta sentencia de principios del siglo XX no puede ser más actual. En este período de revueltas y cambios, la mentira campa a sus anchas provocando un vértigo de abismo. Hay muchas y de todo tipo, dispersas en la cotidianidad de los días, atacándonos desde el alba hasta el crepúsculo.
Pero, al mismo tiempo, existen infinidad de verdades y, precisamente por ello, es por lo que la mentira lucha con el objetivo de cegarnos, para que seamos incapaces de verlas. Es la puesta en práctica de aquella otra frase: “El bosque no te deja ver los árboles”. La niebla de la mentira se ha incrustado en los ojos como un velo de novia, como una gruesa tela de araña selvática. Pero eso no es casual, es el resultado de una estrategia espuria.
La mentira viene a por nosotros con más odio que nunca. Hoy día, los poderosos, los dueños del dinero, de los medios de comunicación, los ladrones, los bilderbergs usan el lenguaje para que las mentiras parezcan verdades. Y la esencia del objetivo es destruir lo que nos hace humanos, como advirtió sabiamente el escritor albanés Ismael Kadaré: “A los dictadores les obsesiona controlar los sentimientos de las personas porque son el último reducto, el último refugio de la libertad individual”.
“A los dictadores les obsesiona controlar los sentimientos de las personas”.
En estos momentos tan duros de la historia humana nos están robando tantas cosas… Y, ante la presión de las injusticias, muchos andan ciegos de mentiras y, por tanto, desorientados. La gente grita, la rabia se instala en sus mentes, la impotencia y el desasosiego distorsionan su sentido común. ¿Qué ocurre? Que por encima de los robos materiales existe una guerra tensa para robarnos los atributos humanos, para invalidar nuestra alma, el recipiente de nuestro ser, es decir, de quienes fuimos, de quienes somos, de lo que sentimos, de lo que pensamos. El alma, esa fuente que hace que cada uno de nosotros sea diferente y único. Y aún no satisfecha, la mentira, con su gula, su soberbia, su arrogancia y su forma canalla de subestimarnos y engañarnos, llega a negar la existencia del alma.
Te pueden robar el pan, el trabajo, la casa, el coche… pero si tú no lo permites no te podrán robar la alegría, que vive dentro de tu alma. Y partiendo de la fuerza de la alegría (que genera entusiasmo, ilusión, esperanza, proyectos nuevos, que te quita el velo de novia de los ojos) y no de la fuerza de la tristeza, podemos luchar para que no nos roben el pan ni el trabajo ni la casa. Desde la depresión no puedes batallar. Y ese es su objetivo: que te mueras de tristeza para seguir construyendo el mundo de sus sueños y no el de los tuyos. De ahí que la mentira machaque tu psique, cubra tus ojos y te impida disfrutar de las estrellas porque estás ocupado llorando por el sol.
He viajado por gran parte del mundo y he visto realidades desoladoras pero en esos países derruidos donde, por diferentes motivos, la vida es árida y hostil, también he observado que la sonrisa sobresalía por encima de los escombros. Los dictadores no han podido con el espíritu de sus gentes.
Ahora más que nunca, no permitas que nadie dicte cuáles deben ser tus emociones. No permitas que nadie te diga lo que tienes que sentir. Hay que luchar con fuerza, así que como le dije el otro día a mi amiga Laura: agárrate a la alegría, porque vienen curvas.
P.D.: El Club Bilderberg cuenta con varios laboratorios de estudios psicológicos para manipular nuestras emociones, como conté en mi libro.
(1) Seudónimo de Eric Arthur Blair (1903–1950). Escritor y periodista británico.