Laura es una de mis amigas “grandes”, de esas a las que puedes llamar por teléfono (vive en Málaga) a las cuatro de la madrugada y despertarla para decirle:
– Nena, ¿puedes llorar conmigo?
– Claro que sí –responde desde la oscuridad de su cama sin acabar de asimilar aún que no está soñando– ¿qué te pasa?
Pero a Laura también la llamo un martes a las dos de la madrugada.
– Nena, ¿estás dormida?
– Cris, ¿tú qué crees? Anda, dime qué te ocurre, ¿estás bien?
– Sí, te llamo para decirte que estoy viviendo un instante de felicidad y que me he acordado de ti, así que quería compartirla contigo. Te quiero.
– Anda, tonta, yo también te quiero. Mañana te llamo y me cuentas.
¿Quién tiene la suerte de tener a una amiga a quien llamar a cualquier hora? Tanto si es para llorar como para reír, Laura es una amiga milagro.
Un día, la vida te conduce a un laberinto tenebroso. No sabes qué haces allí, cuándo entraste ni por qué, y lo único que se te ocurre es horadar uno de sus muros con la intención de salir. Y ¡Voilà! Tras la piedra no estaba la salida, sino Laura, que te coge de la mano y te dice: “Ven conmigo, yo también llevo un tiempo viviendo en el laberinto pero estoy segura que juntas encontraremos el camino para escapar de aquí”.
Y así fue como ocurrió. Desde que nos conocimos siempre ha estado a mi lado y yo siempre he estado junto a ella. Y juntas hemos convertido las situaciones más trágicas de los nuevos laberintos en los que sin querer fuimos entrando en una comedia donde el Minotauro acaba abochornado y con el pecho desinflado.
Después de nuestro verano aventurero en Marruecos (del que ya os hablaré), yo la he bautizado Laura corazón de nube y ella me llama Cris corazón salvaje. Y cuando me procuró ese nombre ignoraba cuánta razón tenía. Hoy ha sido el día elegido. Al fin la he llamado para contarle que tienen que operarme de ese órgano tan vulnerable y fuerte al que invocan los poetas para deleitar el alma de los mortales. Ese que provoca el mal de amores, los celos, la pasión desbocada… Abreviando: el corazón.
– Sí, nena, me operan.
– Pero ¿qué le pasa a tu corazón?, aparte de ser demasiado grande.
– Que tengo una vía alternativa.
Laura se echó a reír.
– ¿Una vía alternativa? ¿Pero eso qué es? ¿Qué me estás contando, chiquilla?
– Bueno, para que lo entendiese, la cardióloga me dijo que el corazón tiene una entrada y una salida para el impulso eléctrico que lo hace funcionar. Pues yo tengo además una vía alternativa que a veces impide que el impulso eléctrico salga… Es como un circuito de Fórmula Uno, donde esa energía empieza a dar vueltas y vueltas sin parar. Y entonces me dan taquicardias.
– Sí, yo las he vivido contigo.
– Se me pone el corazón a mil y me deja destrozada.
– ¿Y la intervención es peligrosa?
– ¡Hombre! Si algo falla saldré del quirófano con un marcapasos… ¡Ja, ja, ja! Será otra rareza que añadir a las mías.
– ¡Qué bueno! Ya no tendrás corazón… ¡Dejarás de sufrir, con lo sentida que tú eres! Sin corazón te enamorarás de forma racional, de la persona adecuada… Todo saldrá bien en tu vida a raíz del marcapasos.
– ¡Ja, ja, ja!
– Cris, me acabo de dar cuenta de que todos deberíamos tener un marcapasos.
Para no quererla, como decimos en Andalucía.
Como veis, lo mejor es tomárselo con humor, así que ni os preocupéis ni me preocupéis porque necesito estar tranquila. Laura es uno de los milagros de mi vida; los demás sabéis quiénes sois y sé que vais a estar conmigo en el quirófano. Luego lo celebramos porque parece que me va a ir mejor con el marcapasos que con este corazón salvaje.
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